Muhammad Ali será siempre el campeón eterno
El legendario boxeador queda en la memoria como el paradigma de un atleta carismático y prácticamente invencible

El presidente de EEUU George W. Bush premia al excampeón de boxeo de peso pesado Muhammad Ali (i) con la Medalla de la Libertad durante una ceremonia en el Salón Este de la Casa Blanca el 9 de noviembre de 2005 en Washington, DC. Crédito: Mark Wilson | Getty Images
El legendario expúgil estadounidense Muhammad Ali falleció hoy a la edad de 74 años, pero su leyenda, mito, símbolo, como atleta que trascendió más allá del deporte como ningún otro, seguirá presente más que nunca y será siempre el campeón eterno.
Lo dijo siempre: “no quiero ser líder, sino ser libre”, por eso era algo maravilloso ver como enloquecía a los aficionados con sus movimientos en el cuadrilátero como si se tratase de un bailarín de ballet, siempre en perfecta armonía y libertad de acción.
El legendario boxeador se retiró del boxeo en 1981 con un récord de 56 victorias y cinco derrotas, conquistó el título mundial de los pesos pesados y fue sin discusión el mejor de todos los tiempos.

Podía además boxear en cualquier parte del mundo, todos lo querían ver, hasta los presidentes africanos, y el promotor Don King cobró más de 10 millones de dólares cuando llevó la pelea de los pesos pesados entre el campeón George Foreman y el retador Ali, el 30 de octubre de 1974, en Kinshasa, con Mobutu de espectador especial.
Fue la mayor bolsa de la historia hasta aquel entonces. Llevar a cien mil aficionados al estadio de fútbol para ver el combate, fue la prueba inequívoca que Ali era el más grande.
Ali sabía como cautivar y a atraer al gran público, además de generar siempre el enfrentamiento con el blanco opresor, como demostró al cambiarse el nombre de nacimiento de Cassius Marcellus Clay -porque era nombre de esclavo- y siempre defendía que representaba al pueblo, al pueblo negro.
Frente a Foreman, a pesar que sabía que estaba abajo en las apuestas, 1-4, Ali declaró en rueda de prensa en Zaire de manera tajante: “Yo soy un sabio del boxeo, un científico del boxeo. Esa es una realidad científicamente demostrada. Allá ustedes si olvidan, por su cuenta y riesgo, que soy maestro del baile, un gran artista”.
La “Batalla de la jungla” no vio al Ali de siempre, sino todo lo contrario, recostado en las cuerdas esperó y allí fue donde destrozó a Foreman al que noqueó en el octavo asalto y conquistó por segunda vez el cinturón.
Ali elevó, aún más, su nombre. Y se convirtió, tras ganar un tercer campeonato en 1978, en el Deportista del siglo XX.

King fue el que mejor supo explotar la figura de Ali, al percatarse del atleta que desde 1960, luego de ganar la medalla de oro del peso semipesado en los Juegos Olímpicos de Roma, era la figura más importante de Estados Unidos y del mundo, dentro y fuera del cuadrilátero.
El muchacho que comenzó a boxear a los 12 años, bajo la supervisión del policía Joe Martin en Louisville, luego lanzó la medalla olímpica al río Ohio porque no lo quisieron atender en un restaurante por discriminación racial.

Más tarde también fue el joven que retó al rudo campeón mundial Liston, al verlo con el cinturón, con un par de preguntas: “¿Para qué quieres eso? ¿Para sujetarte los pantalones" >
Aunque perdió por puntos, luego de caer en el decimoquinto y último asalto al recibir el gancho de izquierda más famoso del universo, fue capaz de lograr por dos horas detener la guerra del Vietnam, cuando los soldados abandonaron las armas y se sentaron frente al televisor a ver a ‘El bocazas’, como lo llamaban de manera despectiva sus detractores, entre ellos familiares y amigos de esos soldados.
Ali se convirtió en musulmán, luchando más fuerte fuera del ring que dentro por la desigualdad social, aseguró que “…Tomé la decisión de ser un negro de los que no se dejan atrapar por los blancos”.
Al final Ali lo que consiguió fue que todos, blancos y negros, lo aceptasen como una leyenda única dentro del mundo del deporte y sobre todo dentro de la sociedad estadounidense, al ganar la batalla de la igualdad de derechos para todos sin importar el color de la piel, ni su creencia ni religión.